domingo, 18 de marzo de 2012

Alem al Uria


Alem al Uria
En tiempos de la cruzada era Alem al Uria conocido capitán de algaradas celestiales que recorrían la ruta santa hasta que se convertía en ruta infiel.
Nadie había entre apostatas y devotos que pudiera detener el bestial empuje de sus hombres a pie y a caballo.
Durante lustros su nombre fue musitado en voz baja, con miedo y respeto a lo largo de las míseras y sucias aldeas y villas de varios reinos, desde el desierto hasta varios mares su fama alcanzaba.
Se decía que era mitad árabe yassid y mitad católico; hijo de una monja romana de cabellos rojos de sangriento amanecer. A su padre lo conoció hasta los 13 años.
Alem fue educado como noble en los faros entre Roma y Egipto y otras fronteras. Recibió de distintos maestros, monjes, abades y derviches preceptos iguales y diferentes.
Rehusó las seducciones de Ala y de Jesús y a los veintiún años salió del anonimato para dirigir un variopinto ejército que combatió por igual a seguidores de uno y otro profeta.
Se recuerda que nunca musitó una palabra a favor de la paz entre ambos bandos, nunca hablo de tomar, destruir o reconstruir la Ciudad Santa, o de establecer una nueva fe.
Habló de que una muerte gloriosa redimía a los ojos del Dios. Cualquier Dios. Con  desmedido ardor hablaba de que vivían tiempos violentos, cielos rojos y montes sangrientos y que así tendrían que vivirlos.
A los que conocían la historia les hablaba de Ajax o Hector. Decía que en cada ciudad, cada aldea y cada burgo una nueva Troya había nacido. Así lo escucharon los acadios y los licios, los mudos tesalonienses y los atribulados sobrevivientes de la destrucción de Sidón.
Aun se recuerdan las arengas que dirigía a los hombres. Alem al Uria hablaba en muchos idiomas, y sus palabras le atraían mesnadas de seguidores que después de oírlo gustosos ofrecían sus vidas por él y su extraña causa.
Hablaba desde los despojos de las mezquitas o desde los restos carbonizados de los púlpitos diciendo que Dios no engorda con nuestro ayuno ni se enriquece con nuestras limosnas.
Las miradas de espanto ante tales blasfemias se convertían rápidamente en admiración. Decía que el hombre estaba obligado a en buitre entre cadáveres o cadáver entre buitres.
Decía que hombres torcidos y crueles se arrogaban ser la voz  de Dios, pero los dioses no son más poderosos por los rezos, solo los hombres son más poderosos por la confianza de otros hombres.
Miles de hombres hartos de los desvaríos de shas y papas siguieron el camino de Alem y se convirtieron en una furia irresistible que incendió por igual el Dar al Harb y el Dar al Islam. Sus seguidores se convirtieron en infieles por partida doble. Cuando eran capturados pasaban por las peores torturas en nombre de algún profeta.
En su propia cruzada Alem al Uria logró lo que nadie, unir a los enemigos, cristianos y musulmanes juntos en su contra. Su guerra era de los despojados contra los poderosos y sus ejércitos resistieron innumerables años.
Sus hombres se convirtieron en devotos de la inteligencia, el corazón y la libertad. A la muerte opusieron muerte, a la crueldad opusieron bravura y la oscuridad de las religiones enfrentaron la luz de sus aceros afilados.
Alem nunca dijo a nadie porqué asumió tal decisión pero la defendió hasta su último aliento.
eK

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