Alem al Uria
En
tiempos de la cruzada era Alem al Uria conocido capitán de algaradas
celestiales que recorrían la ruta santa hasta que se convertía en ruta infiel.
Nadie
había entre apostatas y devotos que pudiera detener el bestial empuje de sus
hombres a pie y a caballo.
Durante
lustros su nombre fue musitado en voz baja, con miedo y respeto a lo largo de
las míseras y sucias aldeas y villas de varios reinos, desde el desierto hasta
varios mares su fama alcanzaba.
Se
decía que era mitad árabe yassid y mitad católico; hijo de una monja romana de
cabellos rojos de sangriento amanecer. A su padre lo conoció hasta los 13 años.
Alem
fue educado como noble en los faros entre Roma y Egipto y otras fronteras. Recibió
de distintos maestros, monjes, abades y derviches preceptos iguales y
diferentes.
Rehusó
las seducciones de Ala y de Jesús y a los veintiún años salió del anonimato
para dirigir un variopinto ejército que combatió por igual a seguidores de uno
y otro profeta.
Se
recuerda que nunca musitó una palabra a favor de la paz entre ambos bandos,
nunca hablo de tomar, destruir o reconstruir la Ciudad Santa, o de establecer
una nueva fe.
Habló
de que una muerte gloriosa redimía a los ojos del Dios. Cualquier Dios. Con desmedido ardor hablaba de que vivían tiempos
violentos, cielos rojos y montes sangrientos y que así tendrían que vivirlos.
A
los que conocían la historia les hablaba de Ajax o Hector. Decía que en cada
ciudad, cada aldea y cada burgo una nueva Troya había nacido. Así lo escucharon
los acadios y los licios, los mudos tesalonienses y los atribulados
sobrevivientes de la destrucción de Sidón.
Aun
se recuerdan las arengas que dirigía a los hombres. Alem al Uria hablaba en
muchos idiomas, y sus palabras le atraían mesnadas de seguidores que después de
oírlo gustosos ofrecían sus vidas por él y su extraña causa.
Hablaba
desde los despojos de las mezquitas o desde los restos carbonizados de los púlpitos
diciendo que Dios no engorda con nuestro ayuno ni se enriquece con nuestras
limosnas.
Las
miradas de espanto ante tales blasfemias se convertían rápidamente en
admiración. Decía que el hombre estaba obligado a en buitre entre cadáveres o
cadáver entre buitres.
Decía
que hombres torcidos y crueles se arrogaban ser la voz de Dios, pero los dioses no son más poderosos
por los rezos, solo los hombres son más poderosos por la confianza de otros
hombres.
Miles
de hombres hartos de los desvaríos de shas y papas siguieron el camino de Alem y
se convirtieron en una furia irresistible que incendió por igual el Dar al Harb
y el Dar al Islam. Sus seguidores se convirtieron en infieles por partida
doble. Cuando eran capturados pasaban por las peores torturas en nombre de
algún profeta.
En
su propia cruzada Alem al Uria logró lo que nadie, unir a los enemigos, cristianos
y musulmanes juntos en su contra. Su guerra era de los despojados contra los
poderosos y sus ejércitos resistieron innumerables años.
Sus
hombres se convirtieron en devotos de la inteligencia, el corazón y la
libertad. A la muerte opusieron muerte, a la crueldad opusieron bravura y la
oscuridad de las religiones enfrentaron la luz de sus aceros afilados.
Alem
nunca dijo a nadie porqué asumió tal decisión pero la defendió hasta su último
aliento.
eK
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